En un principio se creía que las especies siempre se mantenían más o menos iguales a pesar de las diferencias que pudieran presentar los individuos concretos de esa especie. Así, los leones siempre habían sido leones y siempre serían leones. Esta teoría se conoce con el nombre de fixismo -las especies son fijas- y la encontramos ya en pensadores antiguos como el griego Aristóteles (siglo IV a.C.).
Esta concepción fixista era perfectamente compatible con las creencias ancestrales de tipo religioso -cristianas, por ejemplo- según las cuales una o más deidades habían "creado" al hombre, los animales, las plantas, el mundo...
El problema llegó con la sospecha de que, con el paso de los años, las especies iban variando de manera que algunas se extinguían mientras otras afloraban. Esta teoría se conoce con el nombre de evolucionismo y ha pasado por diversas etapas:
- Jean Lamarck
- Charles Darwin
Postdarwinismo
El naturalista Jean Lamarck (1774-1829) publicó en 1809 su Filosofía zoológica en la que exponía que todas las especies evolucionan de forma gradual y continua, ganando en complejidad. Los organismos desdenderían de líneas evolutivas diferentes.
¿Cómo se producen los cambios de generación en generación? Pues según Lamarck, la función crea al órgano, es decir, que el uso de un órgano desarrolla a dicho órgano -como cuando nos musculamos al hacer ejercicio- y el desuso de un órgano lo atrofia. El ejemplo más famoso de Lamarck es el de las jirafas que, supuestamente, desarrollan sus largos cuellos al esforzarse en comer las hojas de las ramas más altas. Utilicemos otro ejemplo para un caso contrario. Así, si una especie no ejercita su cola, con el paso de las generaciones esa cola se hace más y más pequeña hasta desaparecer. La cuestión se basa en que, según Lamarck, los caracteres adquiridos -esa musculatura del cuello de la jirafa- se transmiten por herencia de generación en generación.
La explicación de Lamarck era visionaria e ingeniosa pero contenía algunos errores. En primer lugar, las líneas evolutivas no son separadas y, por lo visto, procedemos de un mismo ancestro común. Además, la musculatura que podamos desarrollar o atrofiar en vida -carácter adquirido- no se transmite a la siguiente generación. Si hacemos ejercicio y desarrollamos una musculatura de gimnasio, por ejemplo, nuestros hijos no nacerán con esa musculatura ni la desarrollarán de manera espontánea cuando sean mayores. De igual forma, si una persona que ha perdido las piernas tiene un hijo, éste no nacerá sin piernas porque su padre no las usó.
Otro error de Lamarck era que mantenía una visión teleológica del mundo, es decir, que todo en la naturaleza tiene un objetivo, una finalidad. Tal planteamiento es una suposición sin fundamento. Entendía, como también lo hacía Aristóteles, que los cuernos son para atacar o las alas son para volar. Y eso no es así. Los cuernos están en la cabeza y algunos animales los usan para atacar y las alas aparecen en algunas especies que las usan para volar. Las cosas tienen la finalidad que los animales o el mismo hombre le quieran dar. Por ejemplo, la mano no es para coger cosas sinó que nosotros la utilizamos para coger cosas. Es como si nos preguntáramos qué finalidad tiene una piedra, un árbol o una peca.
Charles Darwin (1809-1882) mejoraría el intento lamarckiano con sus obras El origen de las especies (1859) y El origen del hombre (1871). El descubrimiento de fósiles y la observación de muchas especies en continentes diferentes le llevó a mejorar la teoría de la evolución.
Darwin también sostenía que las especies no son algo fijo e inmutable. Se producen mutaciones por azar entre los nuevos miembros de una generación y estas mutaciones pueden facilitar o perjudicar al individuo que posee dicha mutación -por ejemplo, ser más rápido es una ayuda para escapar de un tigre pero nacer sin piernas nos lo pone francamente difícil-. Además, el medio en el que viven los seres vivos está sujeto a cambios que también influyen en ellos -una glaciación, por ejemplo. Imaginemos que nuestro camuflaje se basara en el color de una planta que se extingue. Entonces nosotros quedaríamos expuestos a la mirada de todos los depredadores y nos costaría más sobrevivir. Se produce entonces una selección natural que beneficia a los individuos mejor adaptados al medio, posibilitando que sigan vivos y lleguen a reproducirse perpetuando sus características biológicas. Lógicamente existe un factor azaroso que puede hacer que un individuo fantástico muera sin llegar a reproducirse pero, estadísticamente, esto funciona en la mayoría de casos. Digamos que el éxito o el fracaso de una mutación viene dado por el hecho de que el individuo en cuestión llegue o no a reproducirse y transmita esa mutación a sus descendientes.
Darwin sostenía que todos los seres vivos descendemos de una misma línea evolutiva. Esto resultaba escandaloso para la mentalidad fixista y creacionista de la época. La idea de que el hombre, racional y culto, pudiera descender de los simios resultaba chocante y abundaron las mofas hacia Darwin y sus teorías. El principal problema era, además, que Darwin no había podido explicar de qué modo se transmitían de padres a hijos ciertas características biológicas.
El postdarwinismo acabó de reforzar las tesis de Darwin. Los experimentos de Gregor Mendel (1822-1884) con guisantes demostraron que los caracteres hereditarios estaban determinados por factores específicos. En 1901, Hugo de Vries (1848-1935) distinguió entre mutaciones heredables -ser rubio o moreno- y variaciones no heredables -como ponerse moreno por el sol-. Luego se descubrió la genética y fueron aclarándose los mecanismos biológicos que rigen qué características pasan de padres a hijos. En definitiva, el evolucionismo postdarwinista ha ido acumulando pruebas y más pruebas a su favor.
Video sobre la evolución, sacado de los documentales de Carl Sagan.
Entre las pruebas a favor de la evolución tenemos pruebas taxónomicas -especies próximas o parecidas suelen tener ADN próximo-, embriológicas -los embriones de seres distintos como personas o ballenas son similares y demuestras un origen común-, paleontológicas -los fósiles revelan los cambios experimentados desde hace millones de años por las especies-, biogeográficas -la evidencia de que la disparidad entre especies tiene que ver con barreras geográficas que separan a los seres vivos e impiden su reproducción con los del otro "lado"-, bioquímicas -indicios genéticos de un origen común en todos los seres vivos- y anatómicas -la morfología de los seres vivos muestra que los huesos de un ala no difieren tanto de los de un brazo o una pata-.
No obstante, a pesar de las pruebas científicas acumuladas, todavía persiste el debate entre los defensores del evolucionismo y los que lo critican, argumentando que detrás de todas las mutaciones y la selección natural debe esconderse una inteligencia ordenadora -diseño inteligente, lo llaman- que regula todos los cambios. El objeto de estas críticas es poder compaginar la evidencia cada vez más rotunda de las mutaciones con la existencia de un plan divino que haya "diseñado" el universo tal y como es, como si hubiera un arquitecto universal. Suponer que las mutaciones se producen por azar y luego la adaptación al medio selecciona a ciertos individuos parece incompatible con la existencia de un plan divino que rija nuestras vidas. De ahí que determinados sectores religiosos hayan apoyado la ¿teoría? del diseño inteligente y que en EUA -país muy religioso- se haya llegado a promulgar que el evolucionismo de Darwin merece el mismo tiempo de clase que el Diseño Inteligente a pesar de que una mayoría aplastante de científicos no considera ni científica la teoría del Diseño inteligente.
Os dejo con dos videos sobre este tema del diseño inteligente:
A vosotros os corresponde juzgar de dónde venimos. Si de la evolución, tal y como sostiene la gran mayoría de la comunidad científica, o de alguna especie de creación superior, tal y como sostienen muchas religiones y los escasos defensores de la controvertida teoría del diseño inteligente.